Del Dios patriarcal a la sabiduría que sostiene

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Por Gladys Parentelli


         El ser humano escribe acerca de Dios desde que inventó la escritura. Sobre tablillas de arcilla, cuero y otros materiales hasta llegar a las imprentas sofisticadas de hoy día, la mayoría de los textos publicados trataron o tratan acerca de Dios. Cuando Johannes Gutenberg perfeccionó la primera imprenta, el primer libro que imprimió, en 1455, fue la Biblia latina. La Biblia y el Corán llevan ventaja a cualquier otro libro en número de impresiones y en cantidad de ejemplares en todas las lenguas, muertas y vivas.

         Que se haya escrito tanto acerca de Dios no necesariamente facilita conocerlo. Jerarcas religiosos trataron de impedir la lectura de libros que, a su parecer, no hablaban bien del Dios de las religiones monoteístas: un musulmán hizo quemar los 700.000 volúmenes de la biblioteca de Alejandría porque eran inútiles tanto si eran conformes como si eran contrarios al Corán. Durante cinco siglos, desde el Concilio de Trento, siglo XVI, hasta que el papa Paulo VI lo eliminó en 1966, el Index librorum prohibitorumpretendió que los católicos no leyeran decenas de miles de títulos. En mi adolescencia, interesada en el tema en un pueblo sin biblioteca, malgasté mucho dinero en libros. Ellos más que aclarar ideas las confundían. Desde aquel ahora lejano tiempo, constaté que los teólogos no piensan que su rol es aclarar nada a los fieles. Tampoco los expertos en mitos, con sus catálogos exhaustivos, facilitan las cosas.
          Hasta hace cinco décadas, nuestra cultura occidental y cristiana y, por ende, androcéntrica y falócrata, sólo hablaba del Dios de las tres religiones monoteístas porque, ¿ignoraba o, más bien, evitaba hablar de las religiones politeístas?, ¿quizá porque ellas poseen importantes deidades femeninas?
         Llegó la década de los 70. Las mujeres europeas y estadounidenses, que llevaban años reuniéndose para conversar de su situación de opresión, llegaron a la conclusión que el origen de sus problemas radicaba en la cultura patriarcal y que el patriarca, original y modelo, era el Dios monoteísta. Más tarde las ecofeministas agregarían que no sólo la opresión de las mujeres, también, todos los males que sufre el planeta Tierra tienen su origen en la Biblia.
         La misoginia de los jerarcas eclesiales tiene, como todo en la vida, sus aspectos positivos y uno de ellos radica en que no se permitía a las mujeres el ingreso a las universidades para estudiar teología. Sin embargo, mujeres feministas, con su visión original y propia, comenzaron la relectura de la Biblia, y sí estudiaron, no sólo teología, también filosofía, historia, sociología, antropología, lingüística, arqueología, etcétera, y apelando a la hermenéutica de la sospecha, hicieron su relectura de las ciencias, investigaron a fondo, reflexionaron y pusieron en evidencia hallazgos de los científicos varones.
         Ellas constataron que antes del monoteísmo que impuso al patriarcado, hubo grupos humanos que poseían un arte, paleolítico, que pintaban, no dioses, sino los animales que necesitaban para alimentarse, desenterraron ciudades sin murallas ni estatuas de héroes, se preguntaron: ¿eran sociedades donde nadie dominaba a los demás?, ¿donde no existían las guerras de conquista?, ¿eran sociedades con relaciones horizontales, por ende fraternales, sororales?
         Algo que aprendimos, por y con ellas, es que en la mayoría de las concepciones sobre el origen del mundo “los dioses creadores” eran deidades femeninas. Para no hablar sino de América precolombina, en el sur se denomina Pachamama a la Tierra, que corresponde a la Gaia del Hemisferio Norte (Lovelock, 1979; Ruether, 1992). En las cosmogonías mesoamericanas, Coatlicue era la diosa dadora de vida y madre de los dioses (Marcos, 1991). En las narraciones mitológicas de la actual Colombia: Bachué es la madre de la humanidad para los muiscas; para los colimas de Tolima su deidad madre es Auxisue; para los Kogi la madre universal es Haba. Los guajiros o wayúus, se dicen hijos de la diosa Igua (Carbonell, s/f).
         Hoy día, no sólo las feministas, científicas o no, saben que Dios es el mayor enemigo de las mujeres, la mayoría de ellas al menos lo sospechan. Recientemente, una mujer de Zambia, campesina analfabeta, afirmó que Dios hace difícil la vida. También, millones de niñas y mujeres, en los cinco continentes, con sus clítores y vulvas mutiladas por tradiciones tribales, cuyos defensores pretenden que “el Islam lo ordena”. Según la Organización Mundial de la Salud, 136 millones de mujeres han sufrido esa mutilación y seis mil niñas son mutiladas cada día (Ablan Pacheco, Edymar; El Universal, 18 de agosto 2002, p. 1-13).
         Investigaciones científicas han determinado que la violencia contra las mujeres es propia de la cultura patriarcal (Nogueira, Charo; El País Digital, Madrid, 11-07-2002). Lo mismo que las feministas sostuvieron siempre.
         Las mujeres cristianas, masivamente, rechazan el autoritarismo de los jerarcas eclesiales y, por ello, abandonan su práctica religiosa, buscan verdades en las religiones del Lejano Oriente, en grupos esotéricos, investigan sobre el poder de la energía que inunda el Universo, etcétera.
         En los últimos veinte años, con lideresas como la estadounidense Rosemary R. Ruether, la brasileña Ivonne Gebara y la chilena M. Judith Ress, las teólogas feministas armadas con la hermenéutica de la sospecha, evolucionaron hacia el ecofeminismo.
         La teología feminista y la ecofeminista son ciencias nuevas que trabajan todos los asuntos que preocupan mayormente a la humanidad: las injusticias y violencias que sufren los excluidos (minorías étnicas y sexuales, los empobrecidos), la muerte de la biodiversidad, el deterioro del medio ambiente del cual depende toda la vida en la Tierra.
         En este inicio de milenio, las ecofeministas se basan en su reflexión acerca de su experiencia de vida, intentan captar el actual momento histórico de la liberación de las mujeres y de la espiritualidad feminista, representan una muestra de una tendencia de pensamiento y acción presente en el mundo. Las características principales del ecofeminismo conciernen la adopción del feminismo, las preocupaciones ecológicas y una crítica del sistema religioso patriarcal que excluye a las mujeres. Abrazar esta nueva manera de ver el mundo implica una crítica a los mitos judeocristianos y la consecuente introducción de una nueva cosmología, de una nueva antropología, de una nueva epistemología, de una nueva formulación ética y de una nueva forma de celebrar la Vida. Todo esto invita a nuevas revelaciones, interpretaciones y desafíos (Gebara, 2002).
         De la teología tradicional, la del mito de un Dios que como un relojero creó y puso en marcha el Universo, la del mito de la “tierra prometida” que, en realidad, pertenecía a los cananitas (exterminados para poder apropiársela igual que todo el resto de sus posesiones), en un vuelco copernicano, hemos llegado a la “sabiduría que sostiene” metáfora que deja atrás el dualismo de la trascendencia o la inmanencia y da nuevo nombre al “misterio último” a la luz de los más recientes conocimientos científicos en física subatómica y sobre el origen del Universo (Ress, 2001).

Bibliografía:
Carbonell, Nora: “La mujer en la mitología indígena colombiana”, En: Chichamaya, Barranquilla, s/f, pp. 24-28.

Gebara, Ivonne: “El Ecofeminismo Holístico. Una reinterpretación de la relación con la Tierra y el Cosmos”. Entrevista de M. Judith Ress. En:Presencia Ecuménica, Caracas, N 29 (1993) pp. 22-26.

Lovelock, James: Gaia, A New Look at Life on EarthOxford, Oxford University Press, 1979.
Marcos, Sylvia: “Género y preceptos de moral en el antiguo México”. En: Concilium, Revista Internacional de Teología, N 238, 1991, pp. 433-450.
Marcos, Sylvia: “Mujeres, ritos de sanación y medicina popular en México”. En: Concilium, Revista Internacional de Teología, N 234, 1991, pp. 327-342
Ress, M. Judith; “Sabiduría que sostiene, renombrando el Misterio Último desde una perspectiva ecofeminista”. En: Con-spirando, N 38, 2001, pp. 37-47.
Ress, M. Judith; Gebara Ivonne; y otras: “Lluvia para florecer. Entrevistas sobre el ecofeminismo en América Latina”, Santiago de Chile, Colectivo Con-spirando, 2002, p. 288.
Ruether, Rosemary Radford: Gaia and God. An ecofeminist theology of earth healing, San Francisco, Harper, 1992, 310p. (Gaia y Dios. Una teología ecofeminista para la recuperación de la tierra, México, Demac, 1993, 318 p.).

Trecho do livro: "Amar e Brincar: fundamentos esquecidos do humano – Do patriarcado à democracia"

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Transcrevo abaixo o tópico intitulado “Cultura Patriarcal” do capítulo “Conversações Matrísticas e Patriarcais” do livro de Humberto Maturana e Gerda Verden-Zöller (1993): “Amor y Juego: Fundamentos Olvidados de lo Humano – Desde el patriarcado a la democracia”, traduzido e publicado no Brasil como “Amar e Brincar: fundamentos esquecidos do humano – Do patriarcado à democracia” (São Paulo: Palas Athena, 2004).
CULTURA PATRIARCAL

Os aspectos puramente patriarcais da maneira de viver da cultura patriarcal européia – à qual pertence grande parte da humanidade moderna, e que doravante chamarei de cultura patriarcal – constituem uma rede fechada de conversações. Esta se caracteriza pelas coordenações de ações e emoções que fazem de nossa vida cotidiana um modo de coexistência que valoriza a guerra, a competição, a luta, as hierarquias, a autoridade, o poder, a procriação, o crescimento, a apropriação de recursos e a justificação racional do controle e da dominação dos outros por meio da apropriação da verdade.
Assim, em nossa cultura patriarcal falamos de lutar contra a pobreza e o abuso, quando queremos corrigir o que chamamos de injustiças sociais; ou de combater a contaminação, quando falamos de limpar o meio ambiente; ou de enfrentar a agressão da natureza, quando nos encontramos diante de um fenômeno natural que constitui para nós um desastre; enfim, vivemos como se todos os nossos atos requeressem o uso da força, e como se cada ocasião para agir fosse um desafio.
Em nossa cultura patriarcal, vivemos na desconfiança e buscamos certezas em relação ao controle do mundo natural, dos outros seres humanos e de nós mesmos. Falamos continuamente em controlar nossa conduta e emoções. E fazemos muitas coisas para dominar a natureza ou o comportamento dos outros, com a intenção de neutralizar o que chamamos de forças anti-sociais e naturais destrutivas, que surgem de sua autonomia.
Em nossa cultura patriarcal, não aceitamos os desacordos como situações legítimas, que constituem pontos de partida para uma ação combinada diante de um propósito comum. Devemos convencer e corrigir uns aos outros. E somente toleramos o diferente confiando em que eventualmente poderemos levar o outro ao bom caminho – que é o nosso –, ou até que possamos eliminá-lo, sob a justificativa de que está equivocado.
Em nossa cultura patriarcal, vivemos na apropriação e agimos como se fosse legítimo estabelecer, pela força, limites que restringem a mobilidade dos outros em certas áreas de ação às quais eles tinham livre acesso antes de nossa apropriação. Além do mais, fazemos isso enquanto retemos para nós o privilégio de mover-nos livremente nessas áreas, justificando nossa apropriação delas por meio de argumentos fundados em princípios e verdades das quais também nos havíamos apropriado. Assim, falamos de recursos naturais, numa ação que nos torna insensíveis à negação do outro implícita em nosso desejo de apropriação.
Em nossa cultura patriarcal, repito, vivemos na desconfiança da autonomia dos outros. Apropriamo-nos o tempo todo do direito de decidir o que é ou não legítimo para eles, no contínuo propósito de controlar suas vidas. Em nossa cultura patriarcal, vivemos na hierarquia, que exige obediência. Afirmamos que a uma coexistência ordenada requer autoridade e subordinação, superioridade e inferioridade, poder e debilidade ou submissão. E estamos sempre prontos para tratar todas as relações, humanas ou não, nesses termos. Assim, justificamos a competição, isto é, o encontro na negação mútua como a maneira de estabelecer a hierarquia dos privilégios, sob a afirmação de que a competição promove o progresso social, ao permitir que o melhor apareça e prospere.
Em nossa cultura patriarcal, estamos sempre prontos a tratar os desacordos como disputas ou lutas. Vemos os argumentos como armas, e descrevemos uma relação harmônica como pacífica, ou seja, como uma ausência de guerra – como se a guerra fosse a atividade humana mais fundamental.
Transcrição, por André, praticante do Método DeRose em Brasília, unidade Asa Norte, em  http://www.uni-yoga.org/blogdoderose/livros/patriarcado-e-paternalismo/

O Ego e o SwáSthya Yôga

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Extraído do livro Origens do Yôga Antigo do Educador DeRose

As modalidades de Yôga que se tornaram mais conhecidas nos últimos séculos eram do tronco medieval (Vêdánta-Brahmácharya). Uma característica dessa linhagem é o esforço para aniquilar o ego. Isso confunde muito os praticantes (e até instrutores) do tronco Pré-Clássico (Sámkhya-Tantra), pois esse conceito está bastante difundido na Índia de hoje e na literatura que proveio de lá. Como estudiosos que são, nossos adeptos travam contato, de alguma maneira, com a bibliografia que prega a aniquilação do ego e mesclam-na inadvertidamente com a proposta do SwáSthya Yôga.
Quando alguém nos desagrada, a atitude mais primária é querer livrar-nos da pessoa, ao invés de administrar o relacionamento e torná-lo produtivo. Quando um animal é indomável, a solução primitiva é castrá-lo. Assim fazem os Vêdánta-Brahmácharyas com o ego.
Nossa estirpe, 4.000 anos mais antiga, tem outra opinião. Nós entendemos que o ego é uma ferramenta importante do ente humano. Não queremos acabar com o ego, ao contrário, nosso método de trabalho atua no sentido de reforçar o ego para poder utilizar sua colossal força de realização.
Sem ego não há criatividade, combatividade, arte ou beleza. E mais: a maioria dos que declaram que o ego é isto, que o ego é aquilo, são hipócritas porque manifestam muito mais ego que os outros; frustrados por não conseguir eliminá-lo; ou mal intencionados por utilizar esse argumento para manipular seus seguidores.
Anular o ego seria como castrar um animal de montaria e depois utilizá-lo, caminhando cabisbaixo, sem libido. Trabalhar o ego equivale a domar e montar um cavalo andaluz “inteiro”, fogoso, orgulhoso, com sua cabeça erguida e suas passadas viris. Você é o Púrusha, sua montaria é o ego. Você prefere montar um pangaré derrotado ou um elegante garanhão?
Castrar o ego seria fácil demais. Domá-lo, isso sim é uma empreitada que requer coragem e muita disciplina. Eliminar o ego corresponde à covardia e fuga perante o perigo. Adestrá-lo denota coragem e disposição para a luta.
O SwáSthya Yôga, nome moderno do Dakshinacharatántrika-Niríshwarasámkhya Yôga, quer que você não seja castrado. O SwáSthya reforça sua libido e o seu ego. Em seguida, canaliza essa força resultante para fins construtivos. Ter ego não é o problema. Tê-lo deseducado, selvagem, incivilizado, criador de casos e de conflitos com as outras pessoas, esse é o grande inconveniente. Basta não nos esquecermos de que devemos mandar nele e não o contrário.
Portanto, no lugar de envidar esforços para destruir, vamos investir em algo construtivo. Nada de destruir o ego. Vamos cultivá-lo, com disciplina e a noção realista de que precisamos dele para a nossa realização pessoal, profissional e evolutiva.
Já está na hora de sabermos converter energias negativas em positivas, como no quadro abaixo:
Positivo
(utilize:)
Negativo
(no lugar de:)
Amor
Paixão
Zelo
Ciúme
Erotismo
Luxúria
Raiva
Ódio
Orgulho
Vaidade
Ambição
Cobiça
Admiração
Inveja
Precaução
Medo
agressividade
Violência
Sinceridade
Franqueza
prosperidade
Opulência
Diplomacia
Hipocrisia
Liberdade
Anarquia
Disciplina
Repressão
Sugestão
Crítica
Colaboração
Reclamação
Sim, a coluna da esquerda apresenta alguns sentimentos que nossa cultura judaico-cristã considera depreciativamente. Contudo, a raiva constrói. A agressividade educada conduz à vitória. Dessa forma, eliminando o ego, o erotismo, a raiva, o orgulho, a ambição, a agressividade, todos os tratores do sucesso são igualmente eliminados.
No SwáSthya não queremos lidar com fracassados. Queremos gente forte, com um ego poderoso, mas educado.